Época: Alfonso XIII
Inicio: Año 1923
Fin: Año 1931

Antecedente:
La dictadura de Primo de Rivera

(C) Genoveva García Queipo de Llano



Comentario

En relación con Marruecos, el general Primo de Rivera siempre se había declarado abandonista y era consciente de la impopularidad del tema marroquí entre las clases populares. Además, conocía la escasa capacidad técnica de nuestro Ejército. En un principio, el dictador estaba dispuesto a seguir una política acorde con lo que hasta entonces habían sido sus declaraciones acerca del problema marroquí, que desde luego no eran coincidentes con lo que habitualmente se defendía en el seno del Ejército y en los círculos políticos. Pero fueron las propias circunstancias las que impusieron el giro en la política seguida por Primo de Rivera. En efecto, no es posible entender la primera etapa del régimen sin tener en cuenta que hasta 1925 la atención de Primo de Rivera estuvo centrada en lo que sucedía en Marruecos, dejando la política interna en manos de sus colaboradores y sin la pretensión de tomar respecto a ella decisiones de verdadera importancia.
Cuando en el mes de marzo de 1924 Primo de Rivera da la orden de retirada en la zona de Yebala y Xauen, que habían sido conquistadas por Berenguer en 1920, fue debido a una situación que se parecía mucho a una sublevación general. El Dictador optó por una retirada que le permitiera acortar sus líneas. Las tropas españolas tuvieron que enfrentarse con unas condiciones climatológicas muy malas en el último trimestre de 1924, en que empezó la retirada. A ello se unió el ataque de Abd-el Krim, cuyas tropas eran escasas, pero que conocían bien el terreno. El resultado de la operación fue catastrófico: según los datos oficiales publicados, las bajas causadas por el enemigo fueron superiores a las producidas en Annual (hubo en 1922 unas 13.000 bajas por 14.000 en 1924), aunque el número total de muertos resultó inferior. Más grave todavía era el hecho de que la sublevación rifeña alcanzó en este momento una fuerza como nunca había tenido: Gomara y Yebala se unieron a Abd-el-Krim y éste además capturó a El Raysuli a comienzos de 1925, con lo que su autoridad en el medio indígena del protectorado español se hizo indisputada. Tanto la retirada como lo que parecía la definitiva victoria de los rifeños causaron una profunda decepción al ejército africano, que no dejó de mostrar su protesta contra el dictador y su política. En realidad, fue la propia victoria del Abd-el Krim la causante de que se produjera ese giro en la política marroquí de Primo de Rivera y de su victoria final.

Mientras en Madrid se producían maniobras políticas para marginarle del poder aprovechando esta situación, el Dictador, en octubre de 1924, asumió la Alta Comisaría de Marruecos. Pero gracias a los propios errores de los rifeños pudo superar la difícil situación. Los indígenas consideraron a España como un enemigo derrotado y se juzgaron lo suficientemente fuertes como para avanzar hacia las posiciones francesas en la primavera de 1925. Este éxito rifeño tuvo como consecuencia la colaboración entre Francia y España en una política común, algo que no se había conseguido hasta entonces. Las conversaciones entre los dos países se iniciaron en el mes de mayo de ese mismo año y un mes después en Madrid se selló la alianza definitivamente; incluía la acción militar coordinada y una lucha común contra el comercio de armas.

Los resultados de esa colaboración entre franceses y españoles fueron palpables muy pronto. El 8 de septiembre de 1925 se produjo el desembarco de Alhucemas, que se planeó no como el resultado de un avance desde Melilla sino a base de la exclusiva utilización de la flota, la artillería y la aviación. Fue una operación casi exclusivamente española, aunque también participara la marina francesa, y se saldó con un espectacular éxito: se había conseguido tomar al enemigo por la espalda con tan sólo dieciséis muertos y, además, dividir en dos partes la zona que él dominaba. Todo sucedió en un período muy corto de tiempo, ya que el desembarco se produjo en septiembre de 1925 y en abril del año siguiente Abd-el-Krim solicitaba entablar negociaciones; en mayo se produjo el encuentro entre las tropas españolas y las francesas. A partir de ese momento, el número de tropas en suelo marroquí se redujo de una manera considerable y la lucha, prácticamente, concluyó en 1927, dejando de ser Marruecos un problema para España.

La victoria en Marruecos fue, sin duda, el triunfo más espectacular del gobierno de Primo de Rivera, y sentó las bases de la política exterior de la Dictadura en el futuro. La voluntad de permanencia en el poder del general Primo de Rivera a partir del año 1925, a pesar de que él mismo había indicado la provisionalidad de su régimen, fue precisamente que hubiera solucionado un problema que había sido la pesadilla de todos los gobernantes españoles desde el año 1898.

La política exterior de la Dictadura tiene un sentido peculiar: el Dictador pudo realizar una política más duradera que la de los gobiernos parlamentarios y hacer realidad iniciativas de gobierno que habían tenido su primera enunciación en el cambio de siglo como, por ejemplo, el acercamiento a Portugal o la política hispanoamericana. Toda gestión política necesita un período de tiempo para llevarse a cabo, sobre todo la política exterior, y esto lo tuvo Primo de Rivera.

Durante este período la política exterior española se mantuvo dentro del marco tradicional de lo que había sido la posición española en el contexto internacional, basada en una dependencia de Francia y de Gran Bretaña debida a la situación geográfica de nuestro país. El éxito español en Marruecos favoreció el que España tratara de contrapesar la influencia francobritánica con la de otros países; pero la propia estabilidad del escenario internacional tuvo como consecuencia que no se produjera ninguna alteración fundamental de la posición española a la que Primo de Rivera sirvió con patriotismo pero también con cierta imprevisión y falta de habilidad.

Desde el Gobierno de la Dictadura se propició un acercamiento a la Italia fascista, para contrapesar así la influencia de Gran Bretaña y Francia, pero no con deseos de asimilar el régimen español y el italiano. A finales del año 1923 el rey Alfonso XIII viajó a Italia, pero de ello no surgió un acuerdo entre ambas dictaduras. Cuando en 1925, concluido el problema de Marruecos, España quiso reivindicar una posición más significativa en Tánger o en la Sociedad de Naciones se firmó un tratado de arbitraje, pero se puede decir, en suma, que la mejora de las relaciones entre los dos países fue útil a ambos, aunque les produjo ventajas limitadas y la fidelidad mutua entre las dos potencias también resultó modesta.

Por tanto, para explicar la política exterior española de la época es necesario hacer alusión a Francia y a Gran Bretaña. Como en las dos décadas anteriores del reinado de Alfonso XIII, Francia, que despreciaba a España y su manera de llevar el tema de Marruecos, fue la potencia con la que hubo más conflictos. En cambio, Gran Bretaña fue la principal garante del statu quo y a menudo ejerció una labor mediadora a fin de conseguir el entendimiento franco-español.

El Estatuto de Tánger fue el detonante del enfrentamiento entre Alfonso XIII y Primo de Rivera por un lado y Francia por otro. Esta ciudad tenía una posición clave desde el punto de vista estratégico, ya que podía servir para el aprovisionamiento de armas a los rifeños, y su composición racial y lingüística era en su mayoría de componente hispánico. A comienzos del año 1924, Primo de Rivera aceptó, aunque con reticencias, la solución propuesta por los franceses, a pesar de la situación desairada en la que quedaba España a la que sólo correspondía el control de aduanas. En 1926, una vez solucionado el problema de Marruecos, el Dictador volvió a presentar sus reivindicaciones, que podían resumirse en la entrega de Tánger a España; a ello se unía el deseo español de tener un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones. Primo de Rivera planteaba conjuntamente las dos cuestiones, a pesar de no estar relacionadas entre sí, a fin de obtener satisfacción en al menos uno de los dos casos, pero logró muy poco. En agosto de 1928 se llegó a un acuerdo sobre Tánger que sólo suponía un leve incremento de la influencia española a través de las fuerzas de orden público. La presión de Primo de Rivera sobre la Sociedad de Naciones consistió en iniciar los trámites para desvincularse de ella. Se trataba de una pura posición de fuerza que podía resolverse con una actitud complaciente de las potencias respecto a España. En el verano del año 1927 el Dictador mantuvo una entrevista con el primer ministro británico, después de que se resolviera el problema de Tánger, y España volvió a la Sociedad de Naciones siendo elegida para su Consejo aunque no logró un puesto permanente en él. En 1929 se celebraron en Madrid las sesiones de este organismo internacional con el que Primo de Rivera se había reconciliado de forma definitiva.

Sin duda, lo más nuevo de la política exterior de la Dictadura fue el afianzamiento de las relaciones con Portugal e Hispanoamérica. En ello sí pudo existir algún componente ideológico derivado de las características políticas del régimen, a la vez que se cumplieron propósitos nacionales que habían nacido con el cambio de siglo.

Fue en abril del año 1926 cuando las relaciones con Portugal llegaron a ser mejores que en cualquier otra época anterior, ya que a partir de esta fecha se instauró en el país vecino un régimen de dictadura muy semejante al español. En efecto, se firmaron acuerdos entre ambos países como, por ejemplo, el relativo al aprovechamiento hidroeléctrico del río Duero, en el año 1927, y el de conciliación y arbitraje en 1928.

El interés de Primo de Rivera con respecto a Hispanoamérica se demostró al realizar la Exposición del año 1929. También se crearon nuevas Embajadas en Cuba y Chile. La única Embajada existente hasta entonces, la de Argentina, fue ocupada por el escritor Ramiro de Maeztu, un estrecho colaborador de la Dictadura. Asimismo, se crearon cuatro nuevas legaciones y una veintena de consulados.